Cuan distante y distorsionado de la realidad, es el concepto de amor propio, como consecuencia de la programación de miles de años y que aún, hoy en disciplinas como la Psicología, se empaqueta pobremente como algo que no es y que desfigura su hermosa naturaleza.
Para asimilar el amor a sí mismo, propongo abrirse a entender cuatro premisas que pueden generar resistencia por los dogmas y paradigmas en los que estamos inmersos; sin embargo son un camino a despertar y correr velos de ignorancia reciclada por cientos y miles de años. Ellas son las siguientes:
1. Dios es la totalidad del todo en todo.
2. La observación y aceptación sin juicio ni duda, que ese Dios cohexiste en mi.
3. Observar serenamente, sin rechazo o juicio alguno, que toda nuestra vida o creación, ha sido la consecuencia de la identificación analógica con lo que no somos (Conciencia - Cuerpo), desconociendo lo que realmente somos (Conciencia - Mente).
4. La mente es el conglomerado de pensamientos que prevalecen en nosotros, es invisible, no tangible, no físico, por tanto, la mente es algo espiritual.
Con estas cuatro premisas podremos entender que el verdadero amor propio es amor incondicional al SER que cohexiste en mí, a ese hermoso todo potencial y nada materialmente, a ese universo de información que está para revolucionar o transformar mi limitada memoria RAM o personalidad. Solo a través de la construcción e instalación consciente de nuevos códigos de pensamiento que eleven mi frecuencia, aflorara de ÉL, el conocimiento y las inmensas posibilidades; es entonces cuando él y yo somos lo mismo:
NO HAY AMOR PROPIO MÁS GRANDE Y PODEROSO QUE LA UNIDAD EN LA TOTALIDAD.
EL OBSERVADOR TERMINA CONVIRTIÉNDOSE EN LO QUE OBSERVA.
MI PADRE Y YO SOMOS UNO.
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